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AMIN MAALOUF: POR LA DIVERSIDAD CULTURAL


¡Vaya año lleva Amin Maalouf! En los últimos meses, tras la publicación por Alianza Editorial del que es su último libro hasta ahora, El desajuste del mundo, Amin Maalouf ha recorrido media geografía española en presentaciones y charlas en las que no sólo ha presentado ese último libro, ni hablado de su carrera literaria, sino que, sobre todo, ha defendido su tesis de la cultura como remedio a la intolerancia y la creciente violencia en el mundo. Es la escasa valoración de la cultura y de la educación (más allá de la transmisión de conocimientos técnicos aplicables a un desarrollo tecnológico que tiene sentido en cuanto fuente de negocio y de dinero), la que conduce, paradójicamente en este tiempo de comunicación, información y movilidad al máximo, a un mayor distanciamiento y aislamiento entre las personas y los pueblos. El fomento de la cultura y de la educación (insisto: no confundir educación con formación académica o técnica), es decir, la revalorización de la cultura, del ser culto, de los principios éticos como sostén de la vida por encima del bienestar personal, se constituye, en sus escritos en argumento para un mundo más estable, solidario y sostenible.


Hoy se ha hecho público la concesión del Premio Príncipe de Asturias de las Letras a Amin Maalouf, primordialmente valorando su trayectoria literaria. Sin embargo, su figura como escritor tiene un significado especial, como lo suenen tener todos los premiados con títulos como este del Príncipe de Asturias: su origen libanés y el hecho de vivir exilado en París le confiere una cierta representatividad de colectivos que en lo cotidiano están olvidados y hasta marginados: los refugiados, y en concreto las víctimas del ya insoportablemente largo conflicto en las tierras palestinas y el Levante mediterráneo.


A nivel personal me provoca alguna reflexión la dicotomía entre el alto prestigio de premio como éste, la gran significación de las personas premiadas, y la más que escasa trascendencia práctica de sus mensajes y aportaciones. Este año, el Premio Príncipe de Asturias de la Comunicación se ha otorgado a los sociólogos Zygmunt Bauman y Alain Touraine, con mensajes sociales similares a los de Maalouf: el valor de la diversidad cultural, la importancia de la cultura y la educación, el diálogo, los procesos de convergencia política y las experiencias compartidas entre países frente a los nacionalismos excluyentes… Y además, este premio se ha decidido así cuando otro candidato al mismo era Shigeru Miyamoto, creador del concepto de videojuego moderno. Sin embargo, si se nos pregunta por un icono de nuestro tiempo, por un elemento que defina nuestro tiempo, nos surgirá antes hablar de las tecnologías y de los videojuegos que de la realidad verdaderamente transformadora (en potencia), y en un sentido plenamente positivo además, de un proceso como el de construcción de una ciudadanía europea. Está ahí, y detrás de eso están pensadores y escritores como Bauman o Maalouf, pero nos perderemos mucho más, y nos gastaremos muchos más de nuestros recursos en videojuegos y chismes tecnológicos de última creación, que en leer, reflexionar y aplicar algo de lo que estos pensadores y escritores nos proponen, por mucho que digamos reconocerlos y admirarlos.


Me queda un poso de tristeza y una sensación de hipocresía colectiva, quizá porque me haya levantado hoy con el cable cruzado (o que me lo hayan cruzado las noticias acumuladas de tantos años ya sobre lo auténticamente desajustado que está este mundo). Siendo como es una buena noticia que Amin Maalouf haya sido galardonado (desde luego la sinceridad de nuestro día a día podría haber dado ese premio a opciones menos admirables) con el Príncipe de Asturias de las Letras , se ve empeñada por la certeza de que este nuestro reconocimiento colectivo a su trabajo no nos conducirá a valorarlo personal e íntimamente, ni a permitir que sus ideas nos transformen en lo más mínimo, ni tan siquiera a reflexionar si nos merecen tal opción .


¡Enhorabuena, Amin!

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