¿QUIÉN CONTROLA LA LITERATURA AFRICANA?
La literatura africana está en plena efervescencia. Todo el continente lo está. Estamos demasiado acostumbrados a las malas noticias que hablan de hambrunas, guerras y matanzas en un continente que no se libra de una cierta mirada romántica desde Europa. Entiéndase por "romántica" esa idea decimonónica del primitivismo como estado ideal de la sociedad. Se sigue viendo a África como esa reserva de unas sociedades primitivas, tribales, en conexión con un pasado remoto que en otros lugares del mundo ya hemos perdido. La realidad, sin embargo, es infinitamente más compleja. Para bien o para mal la colonización occidental pasó por África y ha alterado la evolución de sus pueblos. Los nuevos Estados, artificiales, irracionales y, en muchos aspectos, fracasados son reales y modernos. A pesar de su inestabilidad política, en estos países hay infraestructuras, escuelas, universidades; televisiones, cines, profesionales diversos y editoriales. En África también se escribe, y se publica, y se lee. Tal vez dominen las lenguas coloniales, abriendo una brecha más entre las culturas aborígenes africanas y las importadas de Europa, y extendiendo un poco más el debate sobre qué es literatura africana y quién es un escritor o escritora africana.
Después de las independencias de los nuevos Estados africanos surgió una generación de escritores, fundamentalmente hombres, con una clara intención política, especialmente en el ámbito anglófono. "Ngugi, Soyinka, Gordimer, Okot p’Bitek", entre los que cita Tolu Ogunlesi en un editorial del magazine on-line Publishing Perspectives. Podríamos añadir a Amos Tutuola, Ben Okri, Ellen Kuzmayo, Chinua Achebe -también anglófonos- o a los senegaleses Birago Diop, Léopold Sédar Senghor, Hamidou Kane, Mariama Bâ; o a los lusófonos Teolinda Gersao, Pepetela, Amílcar Cabral, Filinto de Barros, Cristovao de Aguiar o Abdulai Sila, y seguramente unos cuantos escritores más. Sus obras denunciaban las huellas de la colonización, las tremendas desigualdades sociales en las nuevas sociedades africanas, los conflictos tribales provocados por unas autoridades ávidas de poder y riqueza, las actuaciones de las multinacionales occidentales o la creciente distancia entre una tradición inmovilista y una incipiente modernización. Leer a estos autores suponía, y supone acercarse a África, conocer su realidad. No es leer a Soyinka porque es Soyinka, al menos no exclusivamente. El motivo por el que han sido publicados, traducidos y leídos en Occidente ha sido su origen africano y el trasfondo político de sus obras. Eran, fundamentalmente, rarezas en un panorama editorial dominado desde Europa y Estados Unidos. De hecho, estos escritores han sido publicados por editoriales europeas o estadounidenses y se han difundido por países que no han sido los suyos. Ogunlesi cita a Achebe y cómo, anecdóticamente, su clásico Things Fall Apart era presentado en 1958 como una "cuestionable descripción de la extrañeza" por el propio editor, mientras que el New York Times Book Review confundía su origen étnico igbo por los obi, demostrando un desconocimiento en profundidad de lo que procedía de África. Durante décadas ésta ha sido la tónica general. Con honrosas excepciones editoriales, las novelas que nos han llegado al mercado español han sido productos exóticos o piezas de denuncia política. Casi nunca se han aplicado los mismos criterios literarios que se habrían aplicado con autores de otras procedencias más "normales". Y es que la edición de la literatura africana ha estado en manos de "outsiders", de extranjeros, es decir, de no africanos. Y la realidad ha sido que un escritor, o escritora africana debía salir de África para poder publicar su trabajo. Así que el debate se ha ido ampliando sobre la autenticidad de la literatura que hemos venido conociendo. En primer lugar porque quienes han decidido qué historias se publicaban escritas sobre o desde África no han sido editores africanos ni críticos literarios africanos. Siguiendo a Becky Ayebia-Clarke, autora de African Love Stories, llama la atención la enorme escasez de historias de amor con personajes africanos que hemos podido leer. "Aparentemente, al menos a ojos de la mayoría de los editores, es más auténtico para los africanos hacer la guerra que hacer el amor". El trabajo de Ayebia-Clarke, publicado en 2006 por Ayebia Publishing, es un signo novedoso y paradigmático de un cambio en la creación literaria africana y en la cuestión de quién controla la literatura africana: "un cambio radical de las antologías convencionales y el tema del amor se dirige a desacreditar nociones preconcebidas acerca de las mujeres africanas como víctimas empobrecidas, en tanto que muestra su fortaleza, complejidad y diversidad". El autor de este artículo sitúa la creación literaria africana en su punto más interesante y excitante, en un renacimiento basado en un movimiento literario que no tiene nada que ver con reivindicaciones nacionalistas o políticas de ningún tipo, sino con el "ferviente deseo de los africanos por contar sus propias historias, cualesquiera que éstas puedan ser, o lo marginales que puedan aparecer ante un mundo que no quiere saber nada más de África que la pobreza, el hambre o los niños-soldados". Ejemplos de este movimiento: Chimamanda Adichie, Chris Abani, Helon Habila, Binyavanga Wainaina, Sefi Atta, Monica Arac de Nyeko, Chika Unigwe, Brian Chikwava... Una nueva generación en la que las mujeres, además, cobran un mayor protagonismo, otro signo del cambio en esa "idílicamente primitiva" África. Los últimos años han conocido el surgimiento de colectivos literarios independientes e innovadores y la creación de nuevas editoriales radicadas en África. Cassava Republic y Kachifo en Nigeria; Storymoja y Kwani en Kenya; Chimurenga y Wordsetc en Sudáfrica. Además, todas ellas muy comprometidas con "exportar" al mundo el talento literario africano por cualquier medio a su alcance, y en ello Internet también tiene un papel destacado. Tolu Ogunlesi anuncia que para finales de 2010 serán las grandes editoriales las que hayan publicado a los nuevos autores africanos: Petina Gappah, Brian Chikwava, Peter Akinti, Chika Unigwe, Adaobi Nwaubani, Teju Cole, Kachi Ozumba y Lola Shoneyin. Y de hecho, Ogunlesi sólo habla todo el tiempo de escritores anglófonos y países como Nigeria, Kenya, Uganda y Sudáfrica, cuando la francofonía está conociendo una expansión similar: Alain Mabanckou, Calixthe Beyala, Camara Laye, Emmanuel Dongala, Agnès Agboton, Henri Lopes, Kourouma, Ahmadou Hampate Bâ, Veronique Tadjo, Fatou Diome, Devi Ananda....; incluso en castellano puede decirse que hay un renacer de una literatura africana expresada en esta lengua: Juan Tomás Ávila, Donato N’Dongo, José Fernando Siale Djangany, Justo Bolekia...; y lusófonos como Ondjaki, Mia Couto, Paulina Chiziane, Jose Eduardo Agualusa, Germano Almeida, Ana Paula Tavares, Manuel Rui... (ver más autores) Volviendo a la lista de escritores anglófonos que menciona Ogunlesi, destaca un dato más: todos ellos, excepto uno viven fuera de África, lo que plantea la existencia de dos tipos de escritores africanos: los que residen en África y la diáspora, los que han emigrado. El mercado global de la edición parece preferir a escritores africanos que NO residen en África para contar las historias relativas a África. Éste es un debate abierto: que los escritores que viven en el extranjero tengan más oportunidades de publicar sus obras puede deberse simplemente a una proximidad geográfica y empresarial a los centros editores. Es evidente aún una mayor infraestructura y mercado en los países europeos y occidentales, en general, que en los africanos. No necesariamente ha de deberse a "preferencias prefabricadas por parte de los editores": "Debates como éste continuarán dominando discusiones acerca de la escritura africana contemporánea. Localización geográfica y exilio, idiomas, autenticidad, incluso el asunto supuestamente simple de ’¿quién es un escritor africano?’ serán temas difíciles de ignorar". (De hecho éste es un tema ampliable a otras procedencias: la pujante nueva literatura india está escrita por hombres y mujeres que no residen en la India; chinos, vietnamitas, iraníes, afganos con libros difundidos en Europa a menudo residen lejos de sus países de origen, aunque sus historias vuelven una y otra vez sobre ellos o sobre la experiencia del exilio) Tolu Ogunlesi concluye parafraseando a Chinua Achebe, que por cierto ha sido nombrado Asesor Editorial de una nueva Penguin African Writers’ Series: "Los últimos 500 años de contacto europeo con África han producido un conjunto literario que presenta a África con una muy mala iluminación y ahora ha llegado el momento de que los africanos cuenten sus propias historias".
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