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LADRONES JUBILADOS: 6ª ENTREGA

LADRONES JUBILADOS

En El Cairo o en Bilbao; en Manchester, Düsseldorf o Shanghai; desde Kobe hasta Asunción, o lo que es igual, desde Nairobi hasta Tallahassee, esto es igual:

La gente tiene tendencia a alegrarse cuando descubre que un hombre devoto y piadoso ha sido pillado con las manos en la masa cometiendo cualquier tipo de falta, pecado o desliz que empañe la dignidad y solemnidad de su condición de ferviente creyente; un simple error que le despoje del hábito de virtud y le muestre como un hombre corriente, sin ese aura de santidad con la que se envuelve. Esta reacción puede deberse a que la exagerada devoción de determinadas personas resulta incómoda para nuestras conciencias. Quizás se trate de una forma de lograr un cierto equilibrio psicológico: nos apoyamos en los pecados de un hombre en apariencia más próximo a Dios para justificar los nuestros propios, que sabemos que son enormes. Además, el comportamiento de esta persona nos permite concebir la posibilidad de cometer otros pecados no menos ignominiosos. O tal vez se deba simplemente a que la gente odia a los beatos que andan soltando sermones a los demás.

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