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DE LA BURBUJA INMOBILIARIA A LA BURBUJA EDITORIAL

¿Cómo se garantiza mejor la diversidad cultural? En los últimos tiempos se suceden noticias, la mayoría pesimistas y quejosas sobre el estado del sector del libro: la lectura está estancada en aproximadamente el 50 % de la población, las tiradas o número de copias de un título se reducen, al tiempo que el número de nuevos títulos aumenta año tras año, aunque por debajo de lo que crecen las devoluciones generadas desde unas librerías congestionadas y en aprietos financieros para sostener el trajín de novedades recibidas y devoluciones enviadas sin que los libros realmente reciban un trato justo, una oportunidad de dar con su lector. Y es curioso, nuevos proyectos editoriales aparecen en el panorma editorial con la intención, nada más y nada menos, de encontrar un lector para cada libro y un libro para cada lector con sus 50 novedades al año (lo siento pero no tengo aquí ahora el nombre de esta nueva editorial que se presenta en estos términos, con muy buena pinta y grandes expectativas).

Cuando comenzó la crisis se dijo que el libro es un producto refugio: ocio de calidad y barato. Sin embargo, muchas librerías se resienten y algunas incluso se ven obligadas a cerrar. Ahora se suceden las estadísticas: el INE por un lado, muy optimista ya que en 2008 volvieron a aumentar notablemente los títulos editados, y eso debería ser una buena noticia (¿o no?); y las del Gremio de Editores, mucho menos optimistas, que reflejan el mercado interior del libro, señalando una caída en las ventas. En el periódico Público se hacen eco de esta situación, que no es nueva: hay demasiados libros editados para los que se venden. Y al mismo tiempo,muchos libreros nos quejamos de que las ediciones y las promociones cada vez se concentran más en un número reducido de títulos a la caza del best-seller. ¿En qué quedamos? ¿El negocio va bien o no? ¿Se publican demasiados libros o demasiado pocos?

Supongo que la cosa va por barrios. O aumentamos la demanda en un público lector creciente y exigente con lo que se le ofrece para leer o siempre habrá demasiados libros que no se venden, y los que sí se vendan no siempre serán obras de calidad con visos de pasar a la historia de la literatura. El ranking de ventas no es el mejor indicador para establecer la calidad literaria y la profundidad cultural de un libro, como tampoco lo es la taquilla recaudada para una película, como se quejaba Alex de la Iglesia recientemente en un programa de radio. Por otra parte, si no se publicaran tantos libros, acaso la diversidad cultural de la que se hace gala no sería tanta. Complicado dilema.

En el mencionado artículo, al que he llegado gracias al perfil de facebook de Egaroa, se analiza la situación editorial, que califica de hiperinflación de nuevas publicaciones, que buscan, desde las editoriales, colocar un libro en la búsqueda del campanazo del superventas, en nuevos puntos de venta, tal vez no tan legítimos (según la Ley del Libro, salvo en ferias, los libros no pueden acumular más del 5% de descuento en venta general, ni pueden servir como reclamo comercial para vender otros productos, puntos que hipermercados y periódicos, respectivamente, se saltan muy a la torera y con total impunidad). Los servicios de novedades gestionados por editoriales y distribuidoras inundan en ocasiones las librerías, que no logran vender tantos libros, provocando devoluciones crecientes. A los gastos de transporte hay que añadir, para las librerías al menos, una descapitalización, ya que aunque los libros se puedan devolver, los abonos correspondientes se cargan después de haberse generado las facturas y los cobros por parte de las distribuidoras. Sí, se genera un crédito a favor de la librería, pero ésta ha pagado por adelantado unos libros que no ha vendido y que no ha querido tener en la librería. Desde luego no es tampoco algo positivo para los distribuidores, cuya ganancia va con las ventas reales y no por servirlos. Y no digamos para las editoriales, cuyas liquidaciones con los distribuidores decrecen en la medida en que sus almacenes se llenan de devoluciones.

¿Soluciones? Se me ocurre una: avances de publicaciones. Que los libreros podamos disponer de información avanzada y completa de los planes de publicación de las editoriales de manera que puedan seleccionar aquellas novedades que realmente quieran recibir sin esperar a que aparezca el libro físicamente y recibirlo para saber si le interesa, si quiere apostar por él, para quiénes de sus clientes puede ir dirigido... Agilizar la comunicación y compartir información entre los distintos agentes de toda esta cadena (que no es tan larga) sería beneficioso para todos.

No os penséis, esto no se me ha ocurrido a mí solito. Carola Moreno, de la editorial Barataria lo ha dicho mucho mejor: "Tuve que aprender qué pasa cuando un libro sale de la imprenta (...). "El librero es la parte fundamental y la más débil de la cadena. Los libros los venden ellos: sus recomendaciones son más importantes que cualquier campaña de publicidad. Un buen librero es un lector que conoce su oficio, no alguien que sólo sabe buscar en un ordenador. Su protección es prioritaria. Se necesitan ayudas institucionales. Como las que tiene el cine, por ejemplo. Si no, desaparecerán. Y sin ellos se acabaron la diversidad, los autores, los lectores, la cultura" (tomado del blog Elogio de la librería)

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