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STASILAND: EL DEBER POR ENCIMA DE LA CONCIENCIA

Volvemos, intermitentemente, a nuestras reseñas de libros recomendados en nuestra librería. Desde hace unos días venía pensando cómo presentaros esta propuesta, Stasiland, un libro que recoge testimonios y documentos sobre la historia, las actuaciones y el significado de la Stasi, la policía secreta y política de la antigua República Democrática de Alemania. El pie me lo da una conversación oída en el autobús entre un padre y un hijo.

Hablaban de las medidas de seguridad del coche de Obama y de pronto salta el niño:

- A Kennedy lo mató un francotirador, ¿no?

A lo que el padre le contestó, queriendo chincharle un poco:

- No, le mató una bala

-Ya, bueno -dijo el chaval después de un silencio, quizá pensando, "éste me quiere vacilar, o qué"-, pero la disparó un francotirador.

Y de nuevo:

- No, la disparó un rifle

- Vale, sí, pero el rifle lo disparó un francotirador.

En los últimos meses he leído varias novelas relacionadas con la I Guerra Mundial y con los años posteriores, y con la II Guerra Mundial y sus estragos en los espíritus de las personas que las vivieron. Uno de los temas que más se repite es cómo sucumbieron las conciencias de tantas personas ante el miedo o ante el cumplimiento del deber. El deber, lo que ordenan los superiores, lo que impone el sistema, el Estado, está absolutamente por encima de cualquier otra consideración; por supuesto por encima de la propia conciencia. Como resultado, la responsabilidad de las personas sobre sus actos se diluye. El soldado que tirotea a un grupo de refugiados o que participa de un pelotón de fusilamiento, tan sólo cumple órdenes y es exonerado de su culpa; el funcionario que sella una orden de arresto, un cierre, un traslado, una expulsión, una condena..., no es en absoluto culpable de los efectos que su acción, en cumplimiento de su deber, tiene. Si se deriva algún mal, es culpa del sistema.

Pero los sitemas funcionan porque hay personas detrás que los hacen funcionar, que los sostienen, los permiten o los animan. Principalmente, los temen. El miedo ha sido un verdadero motor en la Historia. Gabriel Chevallier titulaba así su novela y resumía en este sentimiento toda su aportación en una guerra a la que había ido empujado por una sentido del deber hacia una patria a la que poco parecía importarle su suerte; el miedo empujaba a unos a querer escapar de la Alemania Nazi, o de la RDA, por ejemplo, y a otros a cumplir con unas obligaciones que no soportarían el más mínimo examen moral. Y al otro lado de los muros ideológicos, el miedo mantenía, y mantiene, a unos en unos trabajos alienantes y en un sistema autodestructivo, y a otros los empuja a perseguir utopías, quizá.

Stasiland habla de uno de esos territorios del miedo en una Alemania comunista que acabó convirtiéndose en paradigma de un Estado omnipresente y casi omnipotente. Un Estado, un sistema, una sociedad que fagocitaba a sus propios ciudadanos bajo una constante vigilancia y sospecha. Muchos intentaron huir; algunos lo lograron y otros murieron por el camino. Y otros entraron al servicio de ese Estado, vigilando, controlando, espiando a sus vecinos, por miedo quizás de que destruyeran el Estado, y por ello el mundo que conocían. Las ideologías elevadas a niveles casi sacramentales que derivan en fundamentalismos es una de las herencias de un convulso s. XX en el que surgieron y cristalizaron tantos modelos ideológicos que por fuerza habían de chocar y estallar en violentos conflictos. Esa herencia, en el s. XXI, viene a llamarse "choque de civilizaciones". ¿Es el conflicto violento la única alternativa posible?

STASILAND

FUNDER, ANA

Tempus, 2009

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