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NI UNA PALABRA MÁS

NI UNA PALABRA MÁS

Presentación del libro NI UNA PALABRA MÁS, de Remedios García Grande.

Publicado por BIOGRAFIASPERSONALES.COM

Lib-Litteraemundi

29 de junio de 2010

19.30h

Decir que la vida de Remedios García Grande ha sido difícil suena demasiado blando e inexacto. ¿Cómo adjetivar el currículo de una mujer de 47 años, de origen merchero o ‘quinqui’, con un padre al que asesinó ETA por narcotraficante en 1984, con tres hermanos muertos de sida, ex prostituta, ex interna en el psiquiátrico de Zaldibar y maltratada por uno de sus maridos?

Remedios García Grande no es una mujer normal. Después de todo lo que ha vivido, ayer estaba serena, lúcida y orgullosa. Presentaba en la Feria del Libro de Bilbao sus memorias, tituladas ‘Ni una palabra más’, el relato sin adornos ni justificaciones de una existencia brutal e implacable que ahora ya es pasado. «Me he quitado un peso de encima», resumió al presentar su obra.

De la misma familia que ‘El Lute’, Remedios vivió hasta los cuatro años en carros, yendo de un lado a otro y comiendo de lo que robaba su padre. A esa edad fueron a un poblado de chabolas hasta que les realojaron en un piso de Sant Boi, la localidad de la periferia de Barcelona donde vivía ‘El Vaquilla’, su vecino, y donde los médicos no entraban por miedo.
La autora de ‘Ni una palabra más’ conoció pronto la cárcel. Desde los siete años iba con su madre y sus tres hermanos dos veces al año para visitar a su padre, un hombre violento y temido, con un variado historial delictivo y un singular manejo de la navaja y la pistola. «Sólo me acuerdo de que nos cacheaban a todos, de que había que pasar muchas puertas hasta llegar al patio y de que nuestra madre nos obligaba a decir que su marido estaba en el hospital», recuerda.
Los años del sida
Al salir de La Modelo, la prisión barcelonesa, el padre se dedicó a atracar joyerías, bancos y casas, y a vender tabaco de contrabando. La Policía iba a por él, así que hizo lo que acostumbraba cuando vivía yendo de un lado a otro en un carro: empaquetar y huir de noche.
La familia llegó a Bermeo en el invierno de 1976, el padre con la identidad de un hombre al que había atracado y robado el vehículo, Manuel Castellanos Escamilla. Pronto cogieron el bar Gurea Da de la calle Intxausti, y enseguida se hicieron con el negocio de la heroína en el pueblo, mientras Remedios trabajaba en la industria conservera.
Fueron los años en los que la droga y después el sida hicieron estragos en Euskadi, particularmente en el pueblo costero. El padre de Remedios convirtió en camellos a sus hijos, pensando en que no tocarían el ‘caballo’, cosa que sí hicieron, y a pesar de que tenía dinero no abandonó su crueldad delictiva. Era de los delincuentes que iba a Artxanda, atracaba a las parejas que estaban en los coches y a veces violaba a las chicas.
«¿Por qué lo hacía ?», se pregunta Remedios. «No lo sé. Por una parte era muy generoso con los que menos tenían y por otra hacía ese tipo de cosas. Me sentía muy avergonzada. Y me parecía que yo también merecía un castigo, hasta que exploté y me rebelé contra todo eso. De hecho, aunque sea duro decirlo, la muerte de mi padre fue para mí una liberación».
Tres miembros de ETA entraron al Gurea Da el 26 de diciembre de 1984. Dispararon tres tiros, dos de ellos alcanzaron la cabeza de Manuel Castellanos Escamilla y el último rompió un espejo, pues al salir la bala la víctima yacía ya en el suelo. «Si un juez le hubiera metido veinte o treinta años en la cárcel, yo no habría tenido nada en contra. Pero, por malo que fuera, ETA no tenía derecho a matarle», dice Remedios, que catorce años después consiguió la indemnización para su familia por ser víctima del terrorismo.
El asesinato les hizo huir de Bermeo y asentarse en Bilbao. La vida no fue mucho mejor. Tuvo que ver el deterioro y la muerte de sus tres hermanos, lo que más le ha dolido en su vida, y tocó fondo en varias ocasiones. Por eso dice que si su libro sirve para que tan sólo una persona saque la cabeza del fango, ya se dará por satisfecha. «Hoy tengo dos hijos maravillosos, una pareja que me apoya y la tranquilidad que tuve en la otra vida».

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