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INMIGRACIÓN: LA REFLEXIÓN Y LA ACCIÓN NECESARIAS

Mamadú va a morir. Lo decía hace ya 2 años Gabrielle del Grande en su primera edición en Italia. Lo decía por todos los "mamadús" que se dejaban la vida por el desierto del Sáhara y por las aguas del Mediterráneo. Mamadú va a seguir muriendo porque Europa, en vez de acudir en su ayuda, como dictan todos los principios humanistas y religiosos que sustentan, supuestamente, nuestra civilización y nuestros constructos políticos y sociales, le cerramos todas las puertas, y cuando consigue "colársenos", le damos la patada de vuelta a su particular infierno en esta Tierra.

Ayer a última hora de la tarde las radios daban la noticia de que el Congreso de los Diputados de Italia, la Cámara Baja que controla el partido de Berlusconi (o sea, el propio Berlusconi), había aprobado el nuevo proyecto de ley que sancionaba como delito la inmigración ilegal; de hecho, sancionaba la inmigración en sí, ya que la tendencia desde siempre ha sido limitar los canales considerados legales para la llegada de trabajadores y trabajadoras extranjeras, y no sólo en Italia. Siendo esta una muy mala noticia para los propios inmigrantes, en primer lugar, lo es también para todo el mundo. No sólo no soluciona ni atiende siquiera a las causas que provocan las migraciones, con lo que esa válvula de escape que es la emigración se cierra ahora, sino que continúa atentando contra uno de los pilares de los sistemas políticos de la Europa occidental que se propone como modelo para todo el mundo. Ese principio de los Derechos del Hombre como individuo no existe para los inmigrantes, que sólo son considerados como grupo con muy escasos derechos y muy muchos prejuicios. Generalizando los tópicos sobre las personas extranjeras es como se ha podido llegar a este tipo de leyes restrictivas para todo un colectivo, independientemente de las circunstancias o motivaciones individuales. Queda un resquicio, y es que el tratamiento jurídico de todas esta situaciones exige identificar individualmente a cada sujeto, aquí y hasta en Italia. Pero es un resquicio tan débil...

Son pocas las noticias, sin embargo, que han llegado sobre esto a los periódicos, que tampoco le han prestado demasiada atención. Espero que como sociedad, y en esto los medios de comunicación también tienen un mayor protagonismo, no repitamos lo que Bertold Brecht lamentaba ante el advenimiento de los movimientos fascistas en la Europa de los años 30. Lo más grave de la ley que se aprobaba ayer en Italia no es la ilegalización de la inmigración, sino la extensión de un ambiente de desconfianza, de vigilancia y de recelo a la ciudadanía, esa autorización de las patrullas vecinales. Y es que con ello no sólo es que el Estado haga dejación de sus funciones como monopolizador de las tareas policiales (por cierto, un signo este de civilización a lo largo de la Historia en la medida que ha supuesto una creciente limitación y control de la violencia en las relaciones sociales), sino que además se promocionan actitudes agresivas y descontroladas. Salvando ciertas distancias, que desde un partido político, o incluso desde un Gobierno, se permitan y favorezcan grupos de vecinos (sin formación, sin autoridad, sin estructuras de control y regulación) que se dediquen a patrullar y denunciar a sus vecinos, recuerda trágicamente a los primeros grupos de fascios de Mussolini. No es la primera vez que Berlusconi se acerca tan peligrosamente a ese pasado de Europa. Así que, recordando de nuevo a Brecht (o a Niemoller), que no digamos "vinieron a por los inmigrantes, pero como yo no lo era, no hice nada".

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